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Hastío, la nueva enfermedad del mundo

Aburrimiento, desgana, falta de interés y de atención sobre los asuntos que nos son cercanos y que nos afectan diariamente, así como fatiga de escuchar y de ver en las noticias los mismos temas que nos bombardean incansablemente cada minuto. Todo ello está provocando un alejamiento general sobre aspectos importantes de nuestro futuro.

Se puede afirmar que la pandemia ha creado una nueva enfermedad: el hastío.

El mundo sigue viviendo momentos de incertidumbre: enfermedades mortales, guerras políticas entre potencias dominantes, el cambio climático, la amenaza de la supervivencia, falta de credibilidad en las clases políticas, explosión de corrupción sin precedentes o liderazgo mundial de medio pelo; son obstáculos que impiden sentir ilusión de cara al futuro, de emprender nuevos retos.

Por años nos impresionaba la capacidad de las potencias en desarrollar programas espaciales y llegar a la Luna. También admirar los logros y adelantos científicos para acabar con las enfermedades más recurrentes. Los avances sociales y los acuerdos de paz, que ponían fin a guerras y conflictos armados.

Nos sentíamos orgullosos de los premios Nobel de nuestros compatriotas y los éxitos de nuestros atletas y equipos deportivos. También del sentido de pertenencia hacia nuestros países y el orgullo de llevar su nombre por el mundo. Sacar pecho por nuestros logros profesionales, así como presumir del avance personal y educativo de nuestros hijos.

Pensar y debatir sobre situaciones políticas y de libertades. Asistir como si una bandera se tratara, a los conciertos de los músicos más emblemáticos y transgresores de nuestra generación. Manifestarse en pro de las libertades y los derechos de las minorías. Denunciar los atropellos y los abusos de los demás por razones de raza, sexo o condición social.

¿Qué nos lleva a sentir casi con culpabilidad semejante hastío?

En un mundo donde los medios de comunicación han perdido el norte del deber ser, la gente está cada día más empoderada con el manejo de las redes sociales. Las redes ayudan a convocar, pero no a reflexionar sobre los que está bien o mal. Las manifestaciones que antaño expresaban el pesar de una sociedad desigual, han dado paso a otras donde la violencia está por encima de la legítima reivindicación.

Los escándalos de corrupción política o empresarial han dejado de ser noticia por la falta de interés sobre cuál será el fin de este. Como en las malas películas, siempre se adivina el final, casi siempre sin castigo y conchabado con el gobierno de turno. Pasan lo más desapercibidos posibles para mayor impotencia de los denunciantes.

La migración desorbitada, la falta de vacunas, el desempleo juvenil, la hambruna y las desigualdades sociales deberían hacer la agenda de nuestros dirigentes. A cambio de esto, sus retóricos y falsos discursos de progreso y bienestar social, llevan a la ciudadanía al agotamiento, a la desconfianza.

La búsqueda desesperada de soluciones también lleva a los más osados a dejarse llevar por las denominadas noticias falsas, que a base de repetirlas una y otra vez hacen que la gente de buena fe, termine cayendo en la trampa de los que las producen.

La sociedad se está divorciando de la política, de sus líderes y sus promesas. La falta de confianza en las instituciones, y quienes las dirigen, está marcando el comienzo de una brecha de incalculables consecuencias.

La falta de una conversación sosegada y constructiva hará que la radicalización vaya en aumento, lo que provocará más manifestaciones y desordenes sociales.

Quizá sea una tarea de quienes han gobernado el mundo, de quienes han concebido las bases de las democracias modernas. Quienes en verdad se han comprometido, son lo que deben ser capaces de hacer entrar en razón a los mediocres líderes actuales, para desarrollar una agenda capaz de convocar a todas las partes involucradas, en aras a construir un plan de desarrollo a largo plazo, que ayude a solventar algunos de los muchos problemas que afligen al mundo actual.